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Cincuenta años de Robert De Niro



Cumplidos casi cincuenta años del famoso actor Robert De Niro como profesional del cine, nos hemos saturado de parodias, burlas y chistes en torno a su persona y a su conocida forma de interpretar.  Esto ocurre sobretodo desde mediados de los noventa, que es donde el actor aumentó considerablemente su ritmo de trabajo y lo combinó con otras disciplinas dentro de este Arte, como las labores de productor y en menor medida de director.  Se ha escrito tanto sobre esta estrella y ha suscitado tantos comentarios, charlas y discusiones, que parece que lo conocemos perfectamente y que poco podemos añadir ya sobre él.

En este tiempo se distinguen como mínimo dos etapas muy claramente diferenciables.  En la primera, precedida de un breve prólogo donde el actor está obligado a aceptar algunos papeles en películas discutibles, se crea el mito.  Es la etapa donde el actor interviene sólo en películas que, al menos a priori, eran interesantes, ya fuera por la temática, por su director, por el papel ofrecido, por el guión, o por todas esas cosas a la vez.  En películas potencialmente buenas.  En la segunda etapa, sin embargo, el actor trabaja en muchas películas que ya de entrada parecían poco interesantes, incluso previsiblemente malas, con la intención de divertirse, autoparodiarse, conocer gente, viajar, entretenerse o sencillamente cobrar un suculento cheque.

Es aquí donde se ha insistido en romper ese mito que durante tantos años se forjó a base de elegir grandes proyectos y contando con la aliada prensa especializada.  Y se ha llegado a un punto donde se ha querido crucificar al popular actor hasta llegar a la extenuación.  En parte lo comprendo.  Es evidente que el Robert De Niro actual no tiene mucho que ver con el de los años setenta y principios de los ochenta.  Es evidente que se ha tranquilizado mucho, o más bien se ha acomodado,  y que es más difícil verle en un proyecto de mucho peso como antes, o implicado en un proyecto personal de un gran director.  Es evidente que ha envejecido peor de lo esperado, y que ya no se le relaciona tan fácilmente con los grandes premios.  Y es evidente que a todos los seguidores nos parece que debería decir muchas más veces “no” a algunas de las propuestas que le hacen.

Después de creerme a pies juntillas aquel rollo del Método durante mi juventud –y conste que muchos de sus grandes representantes me siguen pareciendo actores excelentes y siguen siendo de mis favoritos- y después de desacreditarlo como creo que merece, habiendo comprobado de sobras que no hay que pasar por ciertas torturas y gilipolleces para ser convincente con un papel, echo un vistazo atrás y saco conclusiones: a pesar de todo, Robert De Niro merecía esa admiración, y fue uno de los más grandes de su generación.  Ahora, como suele ocurrir con las estrellas, muchos quieren hacernos creer que es un actor abominable, que sólo cae en la autoparodia y el divertimento fácil, y que cada uno de sus proyectos carecen de interés.  Y eso es falso.

Quieren hacernos creer, también, que el mito siempre fue exagerado.  Que su leyenda de buen actor es sólo eso: una leyenda.  Y que nunca fue un profesional realmente bueno.  Injusticias propias de espectadores rencorosos.  Como si no tuviera ni un solo papel digno, como si durante todo este tiempo hubiéramos estado ciegos.

Y pido justicia.  Porque para empezar en esa segunda etapa de la que hablo, también ha hecho bastantes papeles muy buenos en películas interesantes y con directores apetecibles.  Como su torpe Louis Gara de Jackie Brown, dirigida por Quentin Tarantino; el sacerdote atormentado de Sleepers, de Barry Levinson; su brillante intervención en La cortina de humo, también de Barry Levinson; su participación en Cop Land, una interesante película de James Mangold; el tour de force de Nadie es perfecto, de Joel Schumacher; la entretenida The score, dirigida por Frank Oz, donde acompaña a Marlon Brando y Edward Norton; y ha realizado una gran película donde dirige a un estupendo reparto con firmeza y buen pulso, y donde él mismo está realmente convincente como actor: El buen pastor.  Además de las sanas autoparodias de Una terapia peligrosa y Los padres de ella, al menos en sus primeras partes.  Suficientes razones para tenerle más respeto del que muchos insisten tanto en perderle.  Todo esto reconociéndole otras virtudes propias de esta última etapa: el sano ejercicio de reírse de sí mismo, ayudando a romper la imagen de poco accesible; y su crecimiento como actor alejado del Método, que ya no necesita de excesos interpretativos ni técnicas extraordinariamente tormentosas para ser creíble y sólido, como en Todos están bien.

Pero no hay que olvidar, pardiez, su enorme cantidad de papeles soberbios, extraordinarios, maravillosos, como indiscutiblemente son los de Malas calles, El Padrino II, Taxi Driver, El cazador, Toro salvaje, El rey de la comedia, La misión, Despertares o El cabo del miedo, películas por las que el mito debería permanecer intacto, papeles por los que siempre merece ser recordado, referentes indiscutibles del cine; así como esos papeles de menor envergadura pero de todos modos muy bien resueltos y en películas interesantes como los de Uno de los nuestros, Frankenstein, Huída a medianoche, El corazón del ángel, Casino, Heat, New York, New York, Confesiones verdaderas, El último magnate, Los intocables de Eliot Ness, Enamorarse o Érase una vez en América, roles por los que si fuera tan fácilmente nominable al Oscar como Jack Nicholson, Robert DeNiro tendría un record.  Amén de su primera película como director (oficio para el que parece estar sobradamente preparado), Una historia del Bronx, donde por cierto estuvo igualmente bien como actor.  Queda claro que este actor ha marcado pautas inolvidables que muchos profesionales de generaciones posteriores han seguido.  Y que aún, en sus mejores papeles, se le estudia en escuelas de interpretación, siendo un claro referente para el que se quiere dedicar a esta profesión.

Así que, como digo, no comprendo esa insistencia por desacreditar a un actor que ya hace mucho no tiene más que demostrar, y que al menos ha evidenciado tener cierto sentido del humor.  Robert De Niro seguirá haciendo malas películas.  Lo único que parece ser que a un actor como él no se le perdona, mientras que a Michael Caine o Robert Duvall siempre se les ha perdonado.  Esto resulta, cuanto menos, curioso.  Pero deberían ser los aficionados, críticos y eruditos más justos, ya que bien mirado este actor todavía nos da bastantes alegrías y algunas lecciones.  Y siempre quedarán esos títulos inolvidables que él ayudó a engrandecer de un modo brillante y esclarecedor.  Magistral.




2 opiniones personales:

  1. Compañero, muy buen artículo sobre Robert De Niro, muy cierto que no se merece todos los palos que le están dando los críticos. Ya demostró que es uno de los mejores actores de su generación. Como bien has dicho es injusto que a él no se le perdonen los papeles que esta haciendo ahora. Más de un actor de hoy en día le gustaría tener un mínimo del talento que tiene este gran actor. Miedo me da lo que viene en el futuro cuando nos quedemos sin gente como De Niro.

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    Saludos :)